Los basurales a cielo abierto carecen de medidas de protección para el ambiente. Sin tratamiento previo, los gases tóxicos que emite la basura, entran en contacto directo con el aire, el agua y la tierra. A todos estos elementos que se ven en contaminación permanente, hay que sumarle la presencia de viviendas, asentamientos y ciudades que habitan cerca de los basurales.
Según la ONU, un 60% del total de plásticos son desechados y acumulados en los basurales a cielo abierto. Sumando residuos orgánicos e inorgánicos de diversos tipos, como aparatos electrónicos, metales, vidrios y neumáticos hacen un cóctel de gases que ponen en peligro la salud de las personas. Además de los conocidos gases de efecto invernadero hay otras sustancias peligrosas que se hacen presentes.
Las dos principales son:
El líquido lixiviado, surge como producto de la combinación entre la descomposición que desarrollan los residuos y el agua, que puede provenir de las napas subterráneas, del drenaje o simplemente de las precipitaciones. Al caer el agua se va filtrando por entre la basura sólida formando este líquido de olor fuerte, compuesto por materiales tóxicos suspendidos no solubles. Un dato para destacar es que se han encontrado 200 sustancias diferentes, algunas incluso son hasta cancerígenas. Este fenómeno llamado lixiviación se potencia más en climas húmedos.
El biogás, resultado de la mezcla del dióxido de carbono y el metano que ambas se encuentran presentes en la descomposición de la materia orgánica. El metano se encuentra en mayor cantidad, entre un 50/75% del volumen y al poseer menos densidad que el aire, es más fácil que se filtre a través del suelo.
Lo peligroso del metano es que su liviandad es directamente proporcional a lo volátil que es, siendo altamente sensible a ser un buen llamador de incendios. Entre las llamas ocasionadas a propósito y las que se originan por una reacción química entre los compuestos anteriormente mencionados, el humo que se desprende atenta fuertemente contra la salud. El aire se vuelve nocivamente tóxico, albergando sustancias como el dióxido de carbono, nitrógeno, óxidos de azufre y metales pesados (mercurio, plomo y cromo) formando un humo denso y oscuro.
¿Consecuencias? Bueno, además de atentar contra la atmósfera, el sistema respiratorio es el principal afectado. Se han registrado múltiples casos de asfixia, asma, tos severa, dolor de garganta, pulmones colapsados e incluso conjuntivitis química en aquellas personas que inhalaron el humo. La población que habita cerca de estas zonas contaminadas corre el riesgo de padecer problemas neurológicos, alergias, problemas en la vista, malformaciones congénitas, enfermedades como el cólera y dengue e incluso, el cáncer.
Para ordenar. La exposición a metales pesados puede provocar afecciones en la sangre, los huesos, hígado y cerebro, así como la exposición a compuestos volátiles como el benceno y el cloruro de vinilo se asocia a enfermedades cancerígenas, leucemia y daños neuronales.
Vivir cerca de estas zonas contaminadas y acceder a una buena calidad de vida es casi imposible. Por eso su tratamiento es imprescindible para el ambiente y la salud de las personas.
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